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martes, 16. julio 2002
Los niños de los anuncios

He de avisar de entrada: los niños no me gustan. Las niñas me gustan más, pero tampoco mucho. En general, los humanos menores de catorce años (más o menos) me ponen muy nervioso. No veo más que animaluchos relativamente blandos que esperan recibir caricias, simpatía, afecto y regalos por el mero hecho de existir. Cierto, los mayores de catorce y menores de, pongamos, ciento cincuenta, acostumbran a ser peores, pero qué le vamos a hacer, cada uno tiene sus manías.
Hecha esta confesión de prejuicios, no ha de sorprender a nadie que ver a un niño (o a una niña, claro) en un anuncio me produzca arcadas. Literalmente. No, no, no exagero: es que los niños de la tele son mucho peores que los de verdad.
Para empezar son todos iguales entre sí, pero diferentes a los reales. Por ejemplo, y en lo que se refiere al aspecto físico, responden, al menos, a una de estas características: 1) son rubios 2) son pelirrojos 3) tienen los ojos azules y/o 4) llevan una gorra del revés.
Además, visten como Eminem -así, en plan delincuente del Bronx, con esos pantalones caídos y camisetas por fuera- y usan expresiones que nadie -ni niños ni adultos- ha usado jamás. Alguien debería explicarles a los guionistas que "tope guay" o "chupi" son palabras que no forman parte del léxico habitual de los críos. A no ser que quieran recibir buenas tundas en el recreo por parte de compañeros concienciados y preocupados por la lengua.
Otra cosa curiosa es que no siempre anuncian productos para niños. La forma de distinguir si el anuncio es para niños o para mayores es la siguiente:
Para niños: Suena una canción con letra imbécil y el niño acaba demostrando que es más avispado que los adultos, si éstos aparecen.
Para adultos: El niño es zopaz o habla como aquel chico con problemas que siempre repetía curso. Aparece contrariado por cómo es el mundo de los mayores. Al final una pareja de modelos que hace de supuestos padres -aunque se nota que miran al chavalín preguntándose cómo se apaga- ponen cara de "ay, estos niños, cómo son :)", emoticón incluido.
O sea, qué rabia...
Pero no quiero olvidarme de los bebés. También son odiosos. Qué pasa, no me miréis así, ya dije que cada cual tiene sus manías.
Muchos anuncios con recién nacidos usan la manida técnica del antes y después. Antes (pañal sucio, papillas desagradables): lloran. Después (pañales tan absorbentes que deshidratan, potitos hipersabrosos): ríen y palmotean.
Los bebés suelen aparecer en grupo y siempre hay uno que está gordísimo (estilo mascota de Michelin) y otro que es negro. Si estás viendo la tele en compañía, siempre habrá alguien que de repente cambie la voz como poseído por la abeja Maya y diga aquello de qué moooonooooo (qué aaaascoooo).
De hecho, y visto lo visto, lo que me extraña es que a alguien le puedan gustar los enanos que salen por la tele. Je, sólo hay que pensar en Quique, en hola-soy-Edu-feliz-Navidad o en el niño del Kinder Bueno (¡ya lo sé!). Y si alguien que esté leyendo esto hizo algún anuncio de niño, que no se preocupe: soy consciente de que la culpa no es suya, sino de sus padres.

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